Desde hace ya varios años y no pocas actividades,
cuando he acompañado a mis
amigos y compañeros de correrías del
Grupo Senderista Palmeño, voy bien
pertrechado con mi bota de vino cuyo contenido dulce "quita el sentio", ,calienta nuestros
cuerpos andarines en los días de invierno, por esos páramos y
montes de Dios y parece como si te empujara, seguramente por su alto
contenido en azúcar, cuando subiendo a la montaña te sientes desfallecer.
Pero nunca había desvelado dos secretos:
la causa de la bota y cual es la mezcla fantástica del vino.
Pues bien, el primero de los enigmas ya se
ha desvelado pues recurriendo a la historia observamos en estos
documentos que os adjunto que
ya era un elemento importante entre la indumentaria reglamentaria de los
soldados del ejército español.
Fue adoptada como prenda reglamentaria para
su ejército de ultramar en Cuba por Real Orden de 17 de noviembre de 1897, hace
ya algunos años. Recibió el informe favorable del Capitán General de la
Isla de Cuba y desde entonces se adoptó como prenda necesaria en la
uniformidad del ejercito. Su precio por aquel entonces era de 2,25 pesetas
y se instaba a los interventores a realizar los pedidos de botas al
comerciante catalán Juan Naranjo.
Por cierto, observad varias cosas en este ultimo párrafo:
-
El
comerciante que las vendía era catalán.
-
El
precio de la bota era de 2,25 pesetas , precio este que hade
mas de 100 años era abusivo, y
-
Se “instaba”
a los interventores a comprar las botas
a este comerciante.
De cajón
se deduce que alguien se estaba forrando a comisiones que este catalán “espabilao” repartía para
mantener la exclusiva de un
producto a todas luces carísimo.
La corrupción no ha cambiado, solo su precio
Un amigo me ha facilitado
esta documentación que veis fotocopiada, de la relación de prendas de un
recluta del Regimiento de Infanteria Africa 68, donde aparece la bota entre las prendas, aunque tras la
desaparición del ejercito de ultramar, y
seguramente porque alguien descubriría el pastel, dejó de ser suministrada a las tropas.
Una pena. Seguramente si
hubiera seguido siendo prenda reglamentaria, y de paso se hubiera sustituido por algún arma, posiblemente se hubieran visto las guerras de otro modo,
aunque sigo viendo en el plano de la
utopía lo de hacer el amor y no la guerra, aunque solo fuera por haberse terminado la ración reglamentaria de vino.
Ya sabéis por qué ,
haciendo honor a la historia, llevo
siempre mi bota de vino. Si acaso, ofrezco a mis amigos y compañeros senderistas que adopten la bota como “arma reglamentaria”, para realizar nuestra
sana actividad . Pero por mucho que yo
proponga esto, no esperéis que desvele
el otro secreto: La mezcla de los cuatro tipos de vino que lleva la bota y sus
proporciones exactas esta guardada y bien guardada.