Tras varios días de
tristeza, poco a poco todo vuelve a la
normalidad.
¿Normalidad?
Vuelves a la rutina diaria, a tus quehaceres mundanos, a
vivir, pero ya nada es igual, ya nada será normal: me falta algo, me falta
alguien, me faltas tú.
Intento consolarme y
lo consigo repitiéndome hasta la saciedad que fue lo mejor para ti, que sufrías
mucho, que con esa calidad esta vida no merece ser vivida…
Pero sigues faltando tú.
Ya echo de menos tu
sonrisa, tu fuerza, tu valor para enfrentarte a la enfermedad, tus ojos brillantes,
tu preciosa voz que lo mismo reñía que interpretaba como los ángeles a
tu Rocio.
Pero tú que siempre fuiste fuerte, nos has dejado… y nos has
dejado mucho y sobre todo la fuerza para
sobreponernos al sufrimiento.
Ya no sufro, poco a poco
cambio dolor por añoranzas, lamentos por recuerdos y través de estos siempre vivirás en mí, y en Papá, y en mis
hermanos.
Pero con puro egoísmo guardo
un recuerdo muy especial que solo
es y será mío por siempre , como una bendita joya muy bien guardada, que poco a
poco transforma la tristeza, casi desesperada, el dolor inconmensurable, en
añoranza y en paz interior que endurece el espíritu sin perder la humanidad:
haber podido cerrar tus ojos y besar tu
frente aún caliente.
Gracias por haberme dado la vida y por todo lo que después
me has dado.