Martes Santo.
Mientras desde mi balcón contemplo contemplo con recogimiento el paso del Cautivo, abro todos mis sentidos para captar hasta el último detalle: El caminar pausado de los nazarenos, el paso rítmico al son de las bandas de los costaleros y portadoras de preciosos y cuidados pasos, la tristeza en el rostro de las imagenes, la mujer que pasa y como descuidada besa el manto de la Virgen...en suma un conjunto de sensaciones que se resumen en un sentimiento y expresividad barroca propios de la forma de ser del andaluz.
Y pienso que la Semana Santa palmeña es igual en sus rituales a tantas y tantas de otros pueblos y ciudades andaluzas, pero debe tener una seña de identidad que la distingue y hacn que la disfrute tanto.
¿Cual? Córdoba es recogida en su barroquismo, Montilla tiene sus romanos, Puente Genil sus figuras bíblicas, Baena sus coliblancos y colinegros... y Sevilla al contrario que Córdoba es el colmo de la expresividad y la pasión entregada.
¿Y Palma, Cual es la seña de identidad?
Y de pronto la descubro, cuando pasa el monaguillo con el incensario e inunda mis sentidos con el olor de la cera derretida y el incienso envuelto en un halo de azahar en flor que inunda calles y plazas de mi pueblo. ¿Como describir este olor? ¿Cómo escribir las sensaciones que percibo cuando paseo por las mañanas por la huerta palmeña?
Ese olor, suave, a la vez que denso, del azahar palmeño cuando despunta en primavera, cuando coincide su plenitud con la Semana Santa y se mezcla con el incienso y la cera es la auténtica seña de identidad de la Semana Santa palmeña.
Es la sensacion que permanece en nuestros sentidos cuando el sonido de los tambores y cornetas se aleja y con nosotros queda el silencio de la noche palmeña.
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